Por Ricardo Soca
La reforma anunciada por algunos diarios como una «revolución lingüística», parece ser apenas un pequeño ajuste ortográfico, de esos que la Academia Española viene poniendo en práctica periódicamente desde hace trescientos años sin que la vida cambie mucho para nadie. Lo que se conoce hasta ahora no son más que precisiones sobre normas que llevan años de vigencia, aunque hay que admitir que se elimina mucha confusión en algunas zonas grises de la ortografía castellana. En todo caso, se trata de una pequeña corrección de códigos que nada tiene que ver con el cambio lingüístico, que circula por otros caminos.
En algunos diarios he leído el anuncio de una «revolución lingüística» con la presentación de la nueva Ortografía de la lengua española, prevista para el próximo día 28 en Guadalajara. Los diarios de todo el mundo, en crisis, necesitan vender para sobrevivir, y la Real Academia quiere recaudar fondos con la presentación de esta obra de ochocientas páginas, lo que tal vez explique este tipo de explotación sensacionalista de una noticia que tiene muy poco de lingüística y nada de revolucionaria.
Lo que la Real Academia está anunciando en cuentagotas parece ser apenas un pequeño ajuste ortográfico, de esos que la «docta casa» viene poniendo en práctica periódicamente desde hace trescientos años sin que la vida cambie mucho para nadie.
La prensa anuncia como un hecho histórico, por ejemplo «la eliminación de dos letras del alfabeto» castellano, la
ch y la
ll. En realidad, estos dos dígrafos ya habían sido eliminados de los diccionarios en 2001 e incluidos dentro de la
c y la
l, sin que nada cambiara en la lengua por eso.
Las vacilaciones en la tilde diacrítica en los demostrativos
(este, ese, aquel, esto, eso, aquello) y en el adverbio/adjetivo
solo vienen desde hace por lo menos cincuenta años y sólo han generado confusión y críticas incesantes. Eliminar esas tildes parece una medida razonable, aunque nada revolucionaria.
La
y griega me fue presentada hace casi sesenta años con el nombre de
ye, de modo que poco cambio representa el anuncio de este «nuevo» nombre, que parece destinado a formar un conjunto que permitan impulsar las ventas de la nueva obra de la Academia.
Que se recomiende ahora la grafía
cuórum en lugar de
quórum parece estar de acuerdo con la tradición académica de ajustar la ortografía a la tradición española; una
o después de
qu no es por cierto propio de esa tradición inaugurada con el diccionario de Autoridades (1726-1738). Algo similar ocurre con el cambio de la
q por
k en
Irak, puesto que la
q al final de palabra es inexistente en nuestra lengua y no se justifica por proceder del árabe, que tiene otro alfabeto.
En cuanto a la decisión de que el prefijo
ex vaya unido a la palabra, es coherente con la norma expresada en la Nueva Gramática de la Lengua Española, que señala que los prefijos van siempre unidos; es una cuestión de mera coherencia. Además, ha habido hasta ahora gran confusión con respecto a
ex, que uno puede ver unido, separado o con un guión interpuesto.
La supresión de las tildes en palabras como
guión y
truhán suena como un desaire a los hablantes iberoamericanos, el 90 % del total, que las pronuncian como bisílabas pero deberán ajustar su ortografía la pronunciación monosilábica peninsular.
Para que nadie se engañe, es preciso aclarar que esta modesta reforma no tiene nada que ver con el cambio lingüístico de que a veces hablamos. Una cosa es la lengua, ese organismo vivo que pertenece a todos los hablantes y que está en cambio permanente y otra, distinta y muy menor, la escritura, una mera convención. La primera pertenece a los hablantes y las academias nada pueden hacer —aunque a veces lo intenten— excepto acatar las decisiones de los usuarios de la lengua y verterlas en los diccionarios y gramáticas, mientras que el código ortográfico se mantiene inalterado (como en francés o en inglés) o cambia periódicamente, como en español, por decisión de entidades que ha consensuado en llamar, a veces con cierta ironía «autoridades lingüísticas».
En suma, mucho ruido y pocas nueces. La gran aceptación que han tenido en el mercado las últimas obras de la Academia, viene estimulando a la Casa a producir más mercaderías para alivio de los patrocinadores, como el Banco de Santander, Iberia, Repsol y Telefónica, entre otros, pero eso parece insuficiente para justificar el alborozo periodístico.